lunes, 26 de septiembre de 2011

Tierra de Nadie: Acto 2. La Muerte del Avatar.


Y fue en las llanuras que se encuentran entre la ciudad de Sokh y la urbe de Middenheim dónde por fin Valten, el Avatar de Sigmar y Archaón, Señor del Fin de los Tiempos, se vieron las caras.
            Sin intercambiar palabras, los dos cargaron espoleando con fuerza a sus caballos, pero Valten, describiendo un arco con su gran martillo, impactó de lleno en el escudo de Archaón, el cual se vio derribado de su caballo. Valten desmontó con agilidad y rapidez y cargó de nuevo contra el Señor Oscuro; pero este ya le estaba esperando y haciendo una finta giró sobre si mismo e impactó en los omóplatos del Avatar de la Luz con su escudo.
            Valten cayó sobre una rodilla y rodó justo a tiempo de esquivar la espada del paladín oscuro, que sesgó el aire donde se encontraba segundos antes la cabeza del herrero; entonces Valten, con todas sus fuerzas, se abalanzó con su hombro hacia el flanco de Archaón, el cual trastabilló; el bravo defensor del Imperio prosiguió con su ataque al ver el momento de flaqueo de su adversario y empezaron a intercambiar estocadas a un ritmo frenético: el martillo del herrero, a pesar de su gran envergadura se encontraba en todos los lados y ninguno y por su parte el gran escudo de Archaón detuvo todos y cada uno de los golpes.
            Se separaron, unos segundos para tomar aire y analizarse.
            El aire crispó y crepitó por la energía que empezó a rodear a ambos; un poder oscuro, ancestral, desatado desde las profundidades de las corrientes de magia, dónde ningún mortal se atrevería a entrar, empezó a concentrarse en la hoja de metal oscuro del Paladín del Caos.
            Y así empezó el Fin de los Tiempos.

            Con una sonrisa surgida de las profundidades del yelmo de Archaón, este levantó su espada hacia el oscurecido cielo y susurró unas palabras: la espada, negra como el azabache cambió de repente a un color rojizo; un vórtice de luces apareció en la oscura hoja de la y por un instante fugaz Valten visualizó unos ojos que lo observaban desde el interior de la misma hoja.
            Sin pensárselo cargó de nuevo contra el Señor Oscuro al mismo tiempo que pronunció una plegaria a Sigmar; levantó el martillo sobre su cabeza y lo descargó con toda su fuerza. Archaón apenas tuvo tiempo de protegerse con el escudo, sorprendido, pero no dio resultado: el potente golpe rompió el escudo en mil pedazos e impactó de lleno en el brazo del paladín oscuro. Archaón emitió un alarido de puro dolor al rompérsele los huesos del brazo y quedar este inerte.
            Giró la cabeza y miró fijamente a Valten; el Avatar de la Luz miró dentro de esos pozos de oscuridad y supo que había llegado el momento de su perdición. Dos fuegos fatuos aparecieron en las ranuras de los ojos del yelmo de Archaón y girando sobre si mismo descargó la hoja de su espada contra el cuello de Valten, quién levantó su martillo para detener la estocada; sin embargo el demonio que habitaba en la espada Matarreyes había sido liberado y la sed se sangre ya no podía ser detenida: el martillo salió despedido hacia arriba y la hoja atravesó carne y hueso; la cabeza de Valten cayó al suelo segundos después de que lo hiciera Ghal Maraz, y un pequeño charco de sangre se formó a su alrededor.
            Valten había sido derrotado y ya nadie podía hacer frente al Gran Elegido del Caos. Y la repentina desaparición de la energía de la reencarnación de Sigmar dejó huella en el gran vórtice de magia, el cual se revolvió inquieto, saboreando la libertad, viendo que el único ser que habría podido frenar la Tormenta del Caos había sido finalmente aniquilado.

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