Justo en el momento en que Archaón decapitó a Valten, los hasta ahora olvidados Skaven acababan de instalar su arma definitiva: La Semiesfera de la Destrucción.
Instalada en las profundiades del Ulricsberg, desprendía una luz y una energía inmensa al ir acumulando poder del vórtice de magia que se estaba apunto de abrir. Los Skaven ante tal imprevisto inundaron los túneles y pasillos al intentar huir al saber que el estallido que se iba a producir sería de mucha más magnitud de lo que estaba planeado. El pánico cundió entre sus filas de tal manera que hubo escaramuzas entre ellos ante la imposibilidad de poder salir con vida de las profundiades de la ciudad.
La Semiesfera explotó, creando una enorme bola de fuego verdoso que inundó todos los túneles con energía mutadora. Las maléficas energías desatadas deformaron de arriba a abajo tanto hombres como Skavens; sus cuerpos se fundieron y la piel se les llenó de ampollas y se pudrió. Las mismas rocas se fundieron y se desplazaron abriendo nuevas cavidades y sellando túneles.
Pero el efecto más devastador, fueron los vapores cargados de energía oscura que se elevaron hacia el cielo, fusionándose con la tormenta de magia que asoló el lugar: el aire se volvió nocivo y todo aquél que exhalaba caía presa de una enfermedad crónica: algunos morían a las horas, otros a las semanas, pero al final todos acababan sucumbiendo ante el letal virus.
A medida que la tormenta mágica se extendía por el mundo el potente virus la acompañaba, arrasando todo signo de vida a su paso.
El Fin de los Tiempos llegó finalmente al Viejo Mundo y ya nada ni nadie podría detener eso.
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